domingo, 1 de julio de 2018

Esther y la pluma

"En la primavera de 1914, una especie de dulce calma se cernía en Europa Central, una sensación muy parecida a la que se siente en una playa del Cantábrico, de esas de fuerte oleaje, cuando la mar te arrulla sigilosa y embaucadora hacia sus entrañas para que te confíes y te dejes querer, y asestarte después una puñalada con una de sus olas grandiosas. Sólo que aquí, la ola, de momento escondida, era una terrible guerra, la primera guerra mundial.
Aquella Hungría imperial, era bella y floreciente por los cuatro costados. Sus casas y calles adornadas siempre para cualquier ocasión, olían a triunfo, a país en una época de prosperidad y cierto lujo que se reflejaba en los ánimos de las gentes. 
Parecía que todos brillaban y ansiaban un futuro mas almidonado si cabe, pero no todo era luz en Budapest, también había ciertas sombras en el camino. 
Laszlo iba ya por el número 47 y se acercaba con incertidumbre hacia aquella rampa sinuosa en la que la casa negra quedaba empotrada como si una mismísima bruja la hubiera subido allí. Las dos casas anteriores eran “unas casas sin más”, lineales, con gente tan lineal como ellas, con flores de siempre y escenarios demasiado húngaros. 
Sin embargo la 51, iba más allá, Laszlo pensaba que era una especie de ensoñación que sólo él veía, una quimera fantástica que el construía en su mente a modo de mecanismo para protegerse de una vida que le estaba empezando a resultar poco apasionante. 

Así que la 51, era su minuto de escape, su rato de descanso de la vida monótona que nunca hubiera querido llevar. En forma de casa oscura, llena de un césped quemado e inútil, inútiles y oxidados aparejos, plantas y tiestos moribundos, gatos callejeros desterrados, cristales resquebrajados a medias, señora con bata de floripondios extraños, regadera abandonada entre trozos de tejas, ladrillos descascarillados, maleza varia, piedras de colorines que otrora seguro que fueron admiradas, tendales que cruzaban arboles comidos por el muérdago con prendas ridículas como delantales, chalecos, calzones de colores y leotardos con agujeros, farolillos llenos de golpes, dos batracios con corona hechos de escayola y una especie de bicicleta roñosa colgada de un manzano lleno de manzanas verdes. 
Y también estaba ella, una niña de apenas 6 o 7 años de edad, que le miraba con miedo cada día, pero también con esperanza, llevaba una camisola bordada de rojo y dos trenzas muy largas, estaba sentada en una sillita de madera muy pequeña para ella y la estampa siempre era la misma, sostenía en su mano izquierda una pluma, y con la derecha sujetaba el papel en el que escribía con un trazo mágico: Camille. 
Cada día Laszlo imaginaba que era una princesa castigada a escribir su nombre durante toda la eternidad, y recordaba cada trazo, cada detalle de aquella escritura tan perfecta en su cabeza, en aquella escritura cada letra acompañaba a la siguiente en una especie de baile acompasado como si hubieran nacido para estar una al lado de la otra, como si hubieran sido creadas para el firme propósito de ser capaces de componer la palabra Camille en algún momento.
Cada día que Laszlo volvía de la universidad, estudiaba el trazo de Camille desde que entraba en su campo visual al pasar por aquel siniestro 51 de la calle Vaci Utca de Budapest.

Laszlo era consciente de que el gesto de su mano era imposible y exagerado aunque nunca pensó que existiera razón alguna para ello. Hasta que un día vio como Camille se asustaba con un gato y en su sobresalto emborronaba con su mano izquierda todos los Camille escritos hasta entonces y comprendió que ser zurdo es complicado cuando se escribe de izquierda a derecha porque vas tapando con tu mano aquello que acabas de escribir y corres el riesgo de emborronar la tinta si no se ha secado lo suficiente. 

En ese momento Camille sollozó y arrugo el papel con fuerza pero al instante se sintió avergonzada al ver que Laszlo estaba allí mirando desde la calle. “Camille! ¿Porque te llamas Camille verdad?, no llores. Escribes tan bien que puedes volver a repetirlo cuando quieras” Pero Camille sé asustó y entro corriendo a su casa abrazada a su pluma, sus cuartillas y su tinta.
Varios días después Laszlo y Camille, empezaron a entenderse, Laszlo hablaba y Camille le escribía carteles, el primero decía: “Camille” y ¿por qué siempre escribes tu nombre? Y Camille escribió: “Laszlo”. Laszlo atónito pregunto: ¿Por qué sabes el mío? Y Camille escribió sonriente: “Libro”

Laszlo se sintió entre divertido y avergonzado cuando se dio cuenta de q siempre llevaba un libro con su nombre puesto en las tapas.
Camille aprendió a sonreír y Laszlo sentía fascinación por aquel poder tan mágico en una niña de 7 años que era capaz de hacer aquel trazo tan asombroso, como si capturara la belleza del mundo en las letras que formaban cada palabra.
La guerra estalló y Laszlo como todos los jóvenes húngaros de 20 años tuvo que alistarse para ir a luchar, pero el día antes de irse fue a despedirse de Camille y le dijo:”no dejes de escribir, que yo te conseguiré una pluma para zurdos”
Camille escribió:” no hay” 
Y él dijo: “Pues la inventaré”





Hoy se sube a la pasarela de Chis and Bru, Esther Gordo, una de las mejores calígrafas de España. La magia de su escritura envuelve el aire que la rodea con sumo acierto, quizá ese tono miel de sus ojos es en realidad polvo de hadas que impregna todo cuanto mira de sabiduría en el hacer. Ha escrito para numerosos clientes de importante nombre: Amancio Ortega, Fundación Loewe, Hispanitas, la RAE entre otros...

Lleva para la ocasión un dos piezas en azul klein, corpiño de raso, falda de plumas con fajín brocado en plata, salones plata, tocado en azul klein con pluma en el mismo color y broche a juego con su clutch que también es azul klein.

Si es cierto que el hombre es esclavo de sus palabras, Esther lo es de las más bellas, de las más esculpidas, de las más torneadas. Os invito a que sepáis mas sobre ella: www.esthergordocaligrafia.com

Entre 1939 y 1941 se diseñó la pluma mas famosa de todos los tiempos: la Parker 51. Salió al mercado en 1942 y revolucionó la industria por su forma, su sistema de carga, los materiales y sobre todo su sistema de alimentación. Es la pluma más imitada por el resto de fabricantes y fue elegida por el Instituto Industrial de Chicago como el cuarto diseño industrial mas exitoso del siglo XX. 

“Laszlo se paso toda la guerra pensando en como debería ser una pluma con la que los zurdos pudieran escribir sin miedo y se dio cuenta de que quizá la solución no estaba tanto en la pluma como en la tinta que usaba. 

Y no cesó en su empeño hasta que hizo unos cálculos de densidades y resistencia de materiales que le ayudaron en el primer esbozo de Camille, la pluma estilográfica del futuro que años mas tarde le presentó a Kenneth Parker, quien ávido de éxitos, apostó por Camille y su tinta mágica. La última vez qué hablaron, Laszlo salía del despacho de Kenneth mientras este último sentenciaba: "de acuerdo, la produciré pero no se puede llamar Camille, tiene que llamarse Parker... como mucho te dejo añadir un número que esos son iguales en todos los idiomas" - dijo rematando con una falsa carcajada. Laszlo, aún de espaldas agacho la cabeza unos segundos: "entonces será Parker 51".
En 1942, Camille Magyar entró en una librería y adquirió una Parker 51 con la seguridad de que aquella pluma que sostenía en su mano había sido diseñada para ella por Laszlo, basaba su hipótesis en dos razones: el 51 del nombre y el eslogan “Writes dry with wet ink” (Escribe en seco con tinta húmeda) le pareció sin duda una buena solución para zurdos.
Oficialmente la parker 51 parece estar diseñada por el mismo Kenneth Parker, Galin Baker y Milton Pickus aunque el rumor de la calle, sostenía que un diseñador húngaro de nombre Laszlo Moholy-Nagy (1895-1946) había tenido algo que ver en el tema.

En 1947, meses más tarde de la muerte de Laszlo, se publica su obra póstuma "Vision in motion" que Camille compra por curiosidad, en la página 51 de esa primera edición se le rinde homenaje a la famosa Parker 51 en un alegato que para muchos, no es sino la reivindicación de una incómoda, desconocida, asombrosa verdad: que una vez más, no es en sí la inteligencia lo que hace evolucionar al hombre sino los sentimientos en sus múltiples formas, y prueba de ello es que uno de los diseños más brillantes de la era industrial se gestó gracias a la ternura que el trazo impecable y sublime de una niña de siete años despertó en un hombre que quería cambiar de vida a punto de irse a la guerra”


Hasta la próxima muñeca

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