martes, 16 de agosto de 2016

Henrietta y la cadena

"Su voz dulce lo durmió cantando Swing low, sweet chariot. En ese momento, con aquel bebe de menos de un año dormido y apretado contra su pecho se dio cuenta de que estaba deseando tener hijos, aquella muchacha casi niña con catorce años tenía una incipiente tripa de embarazo, y con aquel calor de verano y el bamboleo de aquella vieja silla desgastada calmo el llanto del pequeño, que le dio las gracias con el brillo de sus ojos, una mirada en su último sopor antes de dormirse que llevaría grabada a fuego toda su vida.

Ese niño que se durmió en los brazos de una desconocida, mientras su madre entraba en la consulta médica, se llamaba Eddie Lamarck y era muy hábil con las matemáticas, siempre tuvo serios problemas de crecimiento y probablemente eso hizo que aprendiera a sobrevivir de una forma mas rápida. Sus vivarachos ojos llenos de energía y de ganas de vivir, conseguían por si solos que marcase la diferencia, que supiera resolver todas las situaciones de forma airosa.
Una mañana de 1945, Eddie Lamarck vio como una despistada Shirley Eckland se había quedado una vez mas absorta en su propio mundo, sin escuchar al profesor, hasta que éste, regla de madera en mano y harto ya de sus desvaríos, dijo de viva voz: "¡Shirley Eckland a la pizarra!".

Shirley volvió al mundo real con un semblante invadido por el terror y fue lentamente hacia el temido encerado como una vaca que entra en el matadero, cuando pasaba a la altura del pupitre de Lamarck oyó su susurro:"¡¡1861!!". Shirley giro todos y cada uno de sus rizos rubios hacia Lamarck buscando alguna explicación para aquel número mientras llegaba a la altura de su profesor que ya blandía su regla de madera mientras preguntaba: ¿Conoce la respuesta a mi pregunta? 
Y sin saber por qué, pero si el qué, tuvo claro que tenía que decir con una veracidad digna de la mejor de las enciclopedias: "1861 señor".
"Me sorprende usted gratamente señorita Eckland. Efectivamente, la Guerra de Secesión comenzó en 1861". Shirley le dedicó a Lamarck en señal de agradecimiento la mejor de sus sonrisas.

Aquella niña rubia ensimismada comenzó la adolescencia por todo lo alto, en 1951 era la chica mas popular de la Virginia High School de Bristol, donde la mayoría de los chicos soñaban con uno de sus besos o con ser los elegidos para encerrarse con ella en el armario jugando al famoso Seven minutes in heaven recien llegado de Cincinnati.
Lo curioso es que Shirley se sentía abrumada ante tanta atención, y ella acostumbrada a pasar su niñez celosamente protegida en su mundo de fantasía no quería continuar con aquella vida de luces y trazó un plan, para ello eligió al chico mas socialmente inadaptado y le obligó a acompañarla al armario.
El elegido fue Gerald Casell, quien invadido por el miedo y la duda entro al armario sin saber que hacer. Cuando la puerta se cerró Shirley dijo: "o tu o yo, uno de los dos va a cambiar hoy su vida, cuando salgamos de aqui y digamos que nos hemos besado", pero lo que Shirley no esperaba es que Gerald que no había visto una oportunidad tan clara jamás, se quito las gafas y acercándola hacia su cuerpo le susurro al oido:"A mi no me gusta contar mentiras" y la besó, le dio un beso tan intenso que a Shirley no se le olvido jamás y cuando salieron de aquel armario Gerald se convirtió en el chico del momento para todos incluida Shirley. Una vez fuera, él la miro para darle las gracias por haberle elegido.

Gerald Casell cambió a partir de ese momento, se convenció así mismo de que era un triunfador, se había ligado a la chica de los sueños de todos. Este hecho le hizo darse cuenta de que quería estar rodeado de mujeres preciosas toda su vida, y su pericia al coser le llevo a convertirse en el sastre oficial de las Rockettes, unas famosas bailarinas de precisión que actuaban en el Radio City Music Hall de Manhattan.
Los ensayos y pruebas de acceso eran muy duros, pero el resultado era belleza pura. Ver a todas aquellas mujeres perfectamente sincronizadas elevar la pierna al mismo tiempo era impactante. Para agilizar los procesos, Gerald solía ayudar en las pruebas de acceso, asegurando que la medida de la candidata estaba entre aquellos 167 y 177 centímetros tan deseados para algunas. Una mañana de 1963 en el Radio City Music Hall se palpaban los nervios por los pasillos, un entusiasmado Gerald Casell iba midiendo una a una a todas las candidatas a las pruebas que al grito de Apta pasaban al camerino donde se vestían para bailar delante de Mrs Eggermont una ex-bailarina de Montana con ascendencia holandesa que no sabía sonreir fuera del baile.
Gerald Casell se fijo en una chiquilla que parecía mas inquieta que las demás, Karen Knowles recordaba ser Rockette como el primer sueño de su infancia, una infancia muy triste, cuya única alegría consistía en preparar milimétricamente el baile de las rockettes que se había aprendido de memoria. Cuando la llamaron para medir le temblaban las piernas, Gerald vio como se acerco a la pared de tallaje casi sin respiración, se puso un poquito de puntillas, se estiró todo cuanto pudo y cerró los ojos, mientras de uno de ellos salía una pequeña lágrima...
Lo cierto es, que aquella muchacha parecía un ángel por lo bonita que era y Gerald comprendió su maniobra al ver en el metro sus 166 centímetros y medio de altura, cuando ya iba a retirar el metro de repente sus ojos se abrieron y le miro suplicando que no le destrozara la vida, Gerald le susurro al oido: "espero que merezcas la pena" y grito: "¡Apta!"
Karen Knowles dejo caer de su boca un grito de alegría que levanto las sospechas de Mrs Eggermont: "Gerald son 167, ¿recuerdas?" Gerald sin dar opción respondió: "168 mide Mrs Eggermont, ¿quiere usted comprobarlo?" Mrs Eggermont sin responder siquiera giró la cabeza para ver a una Karen Knowles que bailaba de ensueño y que justo antes de empezar la había guiñado el ojo a Gerald en señal de agradecimiento.

Karen Knowles fue una preciosa y feliz bailarina de precisión durante muy poco tiempo, porque una tarde de 1967 había ido a visitar a sus tíos a Chicago y allí conoció a Leigh Van Valen, un afamado biólogo que se convertiría poco tiempo después en su marido. Leigh vivía maravillado por las sincronías de cualquier tipo, desde muy pequeño había tenido una especie de don para detectar patrones, para enlazar casualidades, para encontrar coincidencias, y la curiosidad por los ensayos para perfeccionar la patada alta de las Rockettes le llevo a charlar con Karen en casa de sus tíos, hasta que observó un curioso patrón en sus sonrisas que ya le habían convertido en esclavo de sus deseos, hasta que un día Karen Knowles paso a ser Karen Van Valen y Leigh un hombre más feliz que agradecía cada día a su mujer que estuviera en su vida con una flor recién cortada.

Leigh Van Valen estudió sin cesar las células, sobre todo aquellas que tenían comportamientos extraños y patrones incomprensibles. En 1991 publicó un libro "Hela, a new microbial species" en el que sugirió que estas famosas células, debían ser catalogadas como una nueva especie. Leigh dijo que su libro era un tributo a Henrietta Lacks, en agradecimiento a su valiosa contribución que había salvado miles de vidas..."



Hoy se sube a la pasarela de de Chis&Bru Henrietta Lacks, lleva un vestido sixtie en verde manzana, stilettos y cinturón en plata, cartera y tocado inspirados en Mibuh. Va unida a una cadena, que simboliza la inmortalidad, que generó sin saberlo.

Henrietta Lacks fue una mujer afroamericana que tras enfermar de cáncer dono involuntariamente y sin su conocimiento, células de su tumor canceroso, que fueron cultivadas por George Otto Gey para generar una línea de cultivo celular inmortal. A día de hoy son más de 70.000 los experimentos científicos en los que estas células se han utilizado, generando soluciones para un montón de vidas entre ellas, la vacuna para la poliemielitis. Se trata del linaje celular humano mas antiguo que existe. Sin duda alguna, lo más parecido a un superhéroe, se llamó Henrietta Lacks y aunque falleció a los 31 años, una parte de ella sigue y seguirá viva en los laboratorios de medio mundo.

Una mañana de 1934 Henrietta Lacks acudió a consulta médica tras saber que estaba embarazada de su primo David, con tan solo 14 años de edad, Hennie, como la llamaba su familia, ansiaba el momento de tener a su bebe en brazos, así que no dudo un instante cuando una desconocida le pidió que cuidara un momento de su pequeño mientras entraba en la consulta. Hennie imaginando que era su niño al que estrechaba entre sus brazos, le cantó Swing low, sweet chariot  para que se adormeciera. El destino quiso que el por aquel entonces bebe, Eddie Lamarck continuara aquella cadena de favores que había comenzado Henrietta, una cadena de favores tan inmortal como sus células.

¡Hasta la próxima muñeca!

jueves, 21 de enero de 2016

Zhang y el taijitu

"Cuenta la leyenda que hace miles de años, en la provincia china de Shandong había una niña de tan extraordinaria belleza que sus padres apenas le dejaban ver la luz por miedo a que fuera robada. 
Sus ojos, con brillo cristalino y profundidad de mar, tenían tanta hermosura que con los años, se dijo incluso que de allí emanaba el agua, pues era un iris almendrado con el color del río más puro, que envolvían toda la frescura de la China Imperial. 
Su pelo, eran láminas de obsidiana, tenía un brillo que eclipsaba a la luna en sus noches más completas. 
Su piel, era la más fina porcelana, suave, pulida, perfecta.
Yin era esclava de su belleza, pues sólo las noches en las que se escapaba, eran testigo de su presencia, de su existir. Pero como si de un alto precio que pagar por tanta hermosura se tratara, Yin era incapaz de sentir, era fría como el témpano más cuajado, como la noche más heladora, como si cada fibra de su radiante melena se hubiera forjado en el mismísimo infierno. 
Su pálida belleza veía transcurrir los días, las estaciones, los años hasta que ya jovencita, aún prisionera de la noche, Yin creyéndose insensible se fabricó un secreto. Cada noche, se escapaba para ver al soldado más apuesto de toda China, agazapada entre maleza y exuberante vegetación, observaba como daba instrucciones a su grupo con idea de detener a los manchúes que avanzaban por el norte, hasta que Yang una noche de ronda y harto de saberse espiado, la abordó con la esperanza de encontrar al enemigo y no a la mujer más hermosa que hubiera imaginado en su vida. 
Los amaneceres eran suyos, pues comenzaron a verse a escondidas, en esa delicada línea de tiempo en la que coexisten la noche y el día se conocieron, Yang le entregó a Yin por una noche su amor, su bondad más absoluta y Yin le entregó a Yang lo único que tenía: su cuerpo.

Pero esa misma noche, el ejército recibió órdenes, debían cruzar la Gran Muralla, los manchúes habían acercado posiciones y amenazaban la seguridad del imperio, así que sus amaneceres dejaron de existir, y las noches de Yin se volvieron más oscuras.
Los días transcurrieron envueltos en tinieblas y lluvias, como si el tiempo no pudiera ser bueno con Yin y Yang separados, como si el cielo llorara por su desencuentro, a medida que los días pasaban Yin enfermaba, cada vez más...no tenía dolencia aparente pero sus constantes vitales se debilitaban a la misma velocidad que el candor de sus mejillas se tornaba en esa grisácea llanura que exhibe un cuerpo enfermo, invadido por algún mal.
Ni una sola gota de ese agua retenido en sus ojos salió para liberarla del mal que la aquejaba, aunque ni siquiera ella comprendía por aquel entonces cuál era ese mal.
Pasaron 60 días, con sus 60 noches en las que ella no vio el amanecer, no vio la noche y tampoco vio el día, postrada en una cama respiraba exhausta, cansada de una vida que no quería vivir, que carecía para ella de todo sentido. 
Pero un día, por fin, el ejército volvió, Yang fue el primer soldado valeroso que cruzó la puerta de Shandong ansioso por ver a Yin, por volver a compartir con ella aquellos amaneceres tan preciados. La espero donde siempre, el tiempo suficiente para darse cuenta de que en aquella ocasión no iría, y lejos de conformarse con su ausencia, se deslizó por los tejados en silencio y entro en su habitación sin hacer ruido, como una sombra...
Allí estaba ella, tumbada, con menos vida que nunca y su eterna mirada de dolor contenido y ahogado en unos ojos incapaces de llorar.
¨!Yang! - Dijo con voz débil - ¨l!legas tarde!¨ Y de repente las lágrimas que habían estado esperando pacientes al otro lado empezaron a brotar sin consuelo.
"Estás aquí!" - Decía, mientras se abrazaban...
Yang comprendió que a Yin se le iba la vida...y lloro también, mientras la abrazaba pregunto: ¨¿Qué voy a hacer sin ti?¨
Y Yin tomando su mano y colocándola sobre su vientre le dijo..."una parte del uno siempre vivirá en el otro"
Yang no era capaz de entender que cruel misterio le privaba de aquellas dos vidas tan preciadas para el...."eso no es verdad...¿que parte tuya estará conmigo?" - Dijo lleno de rabia
"Siempre lo tuviste" - dijo Ying en su último aliento de vida - "mi corazón""



Hoy se convierte en Chis and Bru, Zhang Ziyi, quien tras enamorar a la crítica en títulos como Tigre y Dragón, conquistó al público con Memorias de una geisha. Sus rasgos orientales tan marcados, y su versatilidad ante las cámaras le han hecho acreedora de importantes nominaciones internacionales como los Globos de Oro o los Bafta. 
Esa fascinante magia del cine que permite que en Tigre y Dragón, una aparente niña dulce se convierta en una despiadada guerrera y resulte creíble gracias al trabajo de Zhang, también se impregna en la cálida atmósfera de Memorias de una geisha.

Para la ocasión viste vestido oriental en raso rojo con detalles en organza brocada en plata, salones de cristal rojo y cinturón en raso negro y rojo con blanco.

El taijitu, más conocido en Occidente como el Yin y el Yang simboliza la dualidad del universo, el paso siguiente al tao u origen de todas las cosas. Yin representa lo femenino, lo oscuro, y Yang representa lo masculino, la luz. Y se basan en el principio de que nada existe en la naturaleza en estado puro.

Nunca conoceremos la noche sin el día, la luna sin el sol, lo malo sin lo bueno, del mismo modo que un día Yin comprendió que una parte de ella siempre había vivido en Yang, una parte fundamental que no supo valorar hasta que se la arrebataron.

Hasta la próxima muñeca.