Sus ojos, con brillo cristalino y profundidad de mar, tenían tanta hermosura que con los años, se dijo incluso que de allí emanaba el agua, pues era un iris almendrado con el color del río más puro, que envolvían toda la frescura de la China Imperial.
Su pelo, eran láminas de obsidiana, tenía un brillo que eclipsaba a la luna en sus noches más completas.
Su piel, era la más fina porcelana, suave, pulida, perfecta.
Yin era esclava de su belleza, pues sólo las noches en las que se escapaba, eran testigo de su presencia, de su existir. Pero como si de un alto precio que pagar por tanta hermosura se tratara, Yin era incapaz de sentir, era fría como el témpano más cuajado, como la noche más heladora, como si cada fibra de su radiante melena se hubiera forjado en el mismísimo infierno.
Su pálida belleza veía transcurrir los días, las estaciones, los años hasta que ya jovencita, aún prisionera de la noche, Yin creyéndose insensible se fabricó un secreto. Cada noche, se escapaba para ver al soldado más apuesto de toda China, agazapada entre maleza y exuberante vegetación, observaba como daba instrucciones a su grupo con idea de detener a los manchúes que avanzaban por el norte, hasta que Yang una noche de ronda y harto de saberse espiado, la abordó con la esperanza de encontrar al enemigo y no a la mujer más hermosa que hubiera imaginado en su vida.
Los amaneceres eran suyos, pues comenzaron a verse a escondidas, en esa delicada línea de tiempo en la que coexisten la noche y el día se conocieron, Yang le entregó a Yin por una noche su amor, su bondad más absoluta y Yin le entregó a Yang lo único que tenía: su cuerpo.
Pero esa misma noche, el ejército recibió órdenes, debían cruzar la Gran Muralla, los manchúes habían acercado posiciones y amenazaban la seguridad del imperio, así que sus amaneceres dejaron de existir, y las noches de Yin se volvieron más oscuras.
Los días transcurrieron envueltos en tinieblas y lluvias, como si el tiempo no pudiera ser bueno con Yin y Yang separados, como si el cielo llorara por su desencuentro, a medida que los días pasaban Yin enfermaba, cada vez más...no tenía dolencia aparente pero sus constantes vitales se debilitaban a la misma velocidad que el candor de sus mejillas se tornaba en esa grisácea llanura que exhibe un cuerpo enfermo, invadido por algún mal.
Ni una sola gota de ese agua retenido en sus ojos salió para liberarla del mal que la aquejaba, aunque ni siquiera ella comprendía por aquel entonces cuál era ese mal.
Pasaron 60 días, con sus 60 noches en las que ella no vio el amanecer, no vio la noche y tampoco vio el día, postrada en una cama respiraba exhausta, cansada de una vida que no quería vivir, que carecía para ella de todo sentido.
Pero un día, por fin, el ejército volvió, Yang fue el primer soldado valeroso que cruzó la puerta de Shandong ansioso por ver a Yin, por volver a compartir con ella aquellos amaneceres tan preciados. La espero donde siempre, el tiempo suficiente para darse cuenta de que en aquella ocasión no iría, y lejos de conformarse con su ausencia, se deslizó por los tejados en silencio y entro en su habitación sin hacer ruido, como una sombra...
Allí estaba ella, tumbada, con menos vida que nunca y su eterna mirada de dolor contenido y ahogado en unos ojos incapaces de llorar.
¨!Yang! - Dijo con voz débil - ¨l!legas tarde!¨ Y de repente las lágrimas que habían estado esperando pacientes al otro lado empezaron a brotar sin consuelo.
"Estás aquí!" - Decía, mientras se abrazaban...
Yang comprendió que a Yin se le iba la vida...y lloro también, mientras la abrazaba pregunto: ¨¿Qué voy a hacer sin ti?¨
Y Yin tomando su mano y colocándola sobre su vientre le dijo..."una parte del uno siempre vivirá en el otro"
Yang no era capaz de entender que cruel misterio le privaba de aquellas dos vidas tan preciadas para el...."eso no es verdad...¿que parte tuya estará conmigo?" - Dijo lleno de rabia
"Siempre lo tuviste" - dijo Ying en su último aliento de vida - "mi corazón""
Hoy se convierte en Chis and Bru, Zhang Ziyi, quien tras enamorar a la crítica en títulos como Tigre y Dragón, conquistó al público con Memorias de una geisha. Sus rasgos orientales tan marcados, y su versatilidad ante las cámaras le han hecho acreedora de importantes nominaciones internacionales como los Globos de Oro o los Bafta.
Esa fascinante magia del cine que permite que en Tigre y Dragón, una aparente niña dulce se convierta en una despiadada guerrera y resulte creíble gracias al trabajo de Zhang, también se impregna en la cálida atmósfera de Memorias de una geisha.
Para la ocasión viste vestido oriental en raso rojo con detalles en organza brocada en plata, salones de cristal rojo y cinturón en raso negro y rojo con blanco.
El taijitu, más conocido en Occidente como el Yin y el Yang simboliza la dualidad del universo, el paso siguiente al tao u origen de todas las cosas. Yin representa lo femenino, lo oscuro, y Yang representa lo masculino, la luz. Y se basan en el principio de que nada existe en la naturaleza en estado puro.
Nunca conoceremos la noche sin el día, la luna sin el sol, lo malo sin lo bueno, del mismo modo que un día Yin comprendió que una parte de ella siempre había vivido en Yang, una parte fundamental que no supo valorar hasta que se la arrebataron.
Hasta la próxima muñeca.
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